martes, 28 de junio de 2011

La niña pequeña que no era niña ni pequeña




El matrimonio Hernández de la Encina-Ripoll siempre había querido tener una niña. Don Genaro Luis y Doña Sacramento soñaban con una heredera desde sus primeros días de noviazgo. Un noviazgo clásico, de esos de pasearse de la mano por los parques y besarse furtivamente en los portales, que duró casi cuarenta años. Cuando finalmente contrajeron nupcias habían vivido ambos más de sesenta primaveras.
Hay quien atribuye la longevidad del amancebamiento a la tartamudez galopante que afectaba a Doña Sacramento, y hay quien por el contrario lo achaca a que Don Genaro Luis tardó mucho tiempo en ahorrar para el anillo de compromiso, ya que aún siendo cirujano de prestigio y pelirrojo, dilapidaba la mayor parte de su astronómico salario en el coleccionismo de botellas de vidrio de Fanta Mirinda y cortauñas de recuerdo de monasterios famosos.
Sea como fuere, este matrimonio tardío fue bendecido con su primer y único vástago a los tres años del enlace, tras infinidad de tratamientos de fertilidad, pastillas, ostras, champán y ácido lisérgico. El retoño en cuestión recibió el nombre de Carmela, en memoria de su tia abuela Fernanda.
Carmelita creció feliz e inocente, jugaba a la comba, montaba en monopatín, hacía sudokus y leía a Sanchez-Dragó como todas las niñas de su edad. Hasta los nueve años y medio, momento en el cual la asistenta doméstica de la familia reparó en que Carmelita no era una niña, era un señor de treinta y dos años, velludo y fumador de cannabis.
Sus amantísimos progenitores no mermaron ni un ápice su paternal entrega hacia la criatura, la siguieron llamando Carmelita, la siguieron vistiendo con los mejores trapos importados de París y la siguieron llevando a clases de saxofón y danza malasia.
A día de hoy Carmelita regenta con cierto éxito un negocio de alquiler de sombreros hongos, se ha casado tres veces, una de ellas con un notable fabricante de picaportes, no ha tenido hijos y lleva dieciséis intentos de sacarse el carnet de conducir.

4 comentarios:

4 dijo...

La lectura de esta historieta hiela la sangre. Me ha gustado especialmente esta parte: "El retoño en cuestión recibió el nombre de Carmela, en memoria de su tia abuela Fernanda."

Unknown dijo...

Aaaaay, cuantas veces no habrá ocurrido esto. Miras a la izquierda y resulta ser la derecha, la gente dice que no pero tu dices que si, crees tener nueve años y medio y te encuentras con un plajo en la boca y un susto en el espejo.

Que tiempos aquellos...

Hombre Malo dijo...

En efecto mi numérico amigo/a, todas las niñas que se llaman Carmela tuvieron una tía abuela Fernanda, aunque en el caso de nuestra Carmelita ni era tía ni abuela, era una saltadora de pértiga muy allegada a la familia, aunque tampoco se llamaba Fernanda.

Bien sabe usted, Kriskros, que las cosas no son lo que parecen. Por ejemplo Mario Vaquerizo parece la amiga petarda de Alaska y luego resulta que es su marido. Qué tiempos estos...

alicia dijo...

sencillamente genial